Rels B en Lima 2025: Post-romance en HD [CRÓNICA]

Fotos de Bizarro Live Perú.

La ansiedad se podía respirar. Costa 21 no tenía ni una sola zona fría: todos estaban expectantes, agarrados de hombros, filmando sin grabar aún, gritando sin saber a quién. Cuando las luces se apagaron, se desató un colapso emocional. Gritos afilados, celulares temblando en alto, algunas lágrimas sin pudor. Y cuando Rels B apareció entre humo y sombras, lo que ocurrió fue un desborde masivo. Nadie pidió permiso para sentir. Algunas fans se quebraron sin aviso. Otros solo lo miraban en trance, con una devoción que pocas figuras pueden despertar en esta ciudad. Lo esperaban desde hace mucho, y eso se notaba en cada gesto.

Lo primero que llamó la atención fue lo poco que necesitaba para conectar. Su voz arrastrada, su andar sin prisa, la forma en que dejaba que los coros se escaparan del micrófono sin empujarlos. Canciones como “Cómo dormiste?” o “Me olvidé de los 2” flotaban sobre bases suaves, sin estridencia. La puesta era discreta, con luces que iban del rojo apagado al azul frío, pero el impacto no venía de ahí. Lo que pegaba era el espejo: esa manera en que su desgano coincidía con el del público, ese tono que parecía haber salido directamente de una conversación no resuelta en WhatsApp.

Lejos de esa idea de un show minimalista o recogido, lo que se vivió fue una experiencia cuidadosamente diseñada para no dejar respiro. Hubo fuego real, columnas encendidas que trepaban al cielo justo cuando las canciones alcanzaban su punto más alto. El cuerpo de baile entraba y salía como una ráfaga, multiplicando las emociones sin necesidad de exageraciones. Rels no solo se movía: dirigía, modulaba, cortaba los silencios con pasos exactos, y cuando todo se elevaba, las luces lo empujaban aún más lejos. El concierto crecía visualmente sin pisarse a sí mismo, con una sincronía admirable entre luces, humo, imágenes y sonido. Cada secuencia parecía preparada para estallar en el momento preciso, y así ocurrió una y otra vez.

Lo que se vivía en Costa 21 era una comunión física: amigos y parejas abrazadas al ritmo de “A Mí”, celulares en alto grabando lo imborrable, lágrimas secas transformadas en gritos. Rels B sabía leer todo eso con la precisión de quien lleva años dominando el escenario. Se detenía en los silencios para que el público cantara por él, cambiaba la cadencia de una frase para dejar que la masa la empujara con más fuerza, y cuando pedía luces, aparecían cientos de linternas improvisadas como respuesta inmediata. No hacía falta forzar ninguna consigna: la conexión ya estaba establecida desde antes de que él pisara el escenario, solo tuvo que mantener el fuego encendido. Y lo hizo sin sobreactuar, sin caer en automatismos, con una autenticidad que se notaba en cómo miraba al mar mientras cantaba “yo sigo igual, con lo mío”.

Entre tema y tema no se coló ninguna moraleja. Ninguna moraleja, pero sí muchas cicatrices compartidas. Cuando sonó “Pa quererte” algo cambió. No porque la canción fuera distinta, sino porque el público ya no la escuchaba desde la expectativa. Se había rendido a la atmósfera. Y en esa rendición había alivio. El show siguió sin altibajos, como si fluyera desde un mismo tono emocional. Quienes estaban ahí no esperaban redención, solo una forma de acompañarse en silencio.

Después, cuando las luces se encendieron de nuevo y la música desapareció, no quedó calma sino un extraño hueco compartido. Gente abrazándose sin saber qué decir, otros mirando el cielo o el mar como si allí pudieran encontrar alguna pista de cuándo volverá a pisar Lima. Las conversaciones se llenaban de repeticiones: “¿viste cuando hizo esto?”, “yo lloré en esa parte”, “no supero ese cambio de ritmo”. En el camino hacia la salida, algunos miraban las pantallas esperando que, por error o milagro, se anunciara una segunda fecha. Lo que venía después ya no importaba. Solo quedaba esa nostalgia dulce de haber vivido algo demasiado grande y la certeza de que, por unas horas, todo lo demás se había detenido.

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