En una escena que a veces parece obsesionada con la novedad, Kachete aparece como un saboteador silencioso. Ya no está al frente de Terreviento agitando pogos ni arrojando versos como bengalas en pleno desmadre adolescente. El tipo que alguna vez convirtió cada concierto en una zona de demolición emocional, ahora decide sentarse frente al reloj y preguntarle con calma por qué se lleva tan fácil a quienes más saben. “El Tiempo”, su nuevo videoclip, nace de esa inquietud. La canción ya había sido publicada en 2024, pero ahora, con esta pieza audiovisual dirigida por Francisco Luna, adquiere otra capa: la de una madrugada detenida, una soledad compartida con el espectador.
Grabado en una antigua casona del centro de Lima, el video no necesita explicar nada. Una cámara que respira, una luz que no se impone, un rostro que ya no grita. Así se cuenta esta historia sin moraleja, donde Kachete no busca dar respuestas, sino resistir al paso de las horas con lo que tiene: su voz, sus dudas y un puñado de aliados. La presencia de Gabriel Gargurevich recitando un texto poético sobre el cierre suma una extrañeza conmovedora, como si el tiempo pudiera, por unos segundos, escucharnos. Nada brilla, nada explota, pero algo se queda.
La canción, escrita por el propio Kachete y compuesta junto a Gonzalo Farfán, camina con paso firme entre guitarras contenidas, teclados brumosos y una armónica que aparece en el momento justo para despeinar la nostalgia. Los arreglos, trabajados también con Richard Villanueva y Tito Delgado, construyen una tensión amable, una forma de nostalgia que no cae en el dramatismo fácil. Esto no es una despedida ni un regreso; es alguien que aprendió a moverse en otra velocidad, pero que sigue cargando la misma rabia, ahora más afinada.
En vez de perseguir etiquetas o forzar reinvenciones, Kachete ha decidido hacer lo más punk que puede hacerse a su edad: tomarse su tiempo. Este sencillo, el octavo en su camino como solista, no es un giro radical, sino una continuidad valiente. Porque hay algo profundamente político en envejecer sin esconderse, en hablar desde la experiencia sin necesidad de maquillarla con gestos grandilocuentes. Kachete no cambia de piel: la deja envejecer y le canta mientras se arruga.
Ver “El Tiempo” no es ver a alguien que intenta mantenerse vigente, es ver a alguien que ya no le tiene miedo a desaparecer. Esa serenidad incómoda que habita tanto en la canción como en el videoclip no busca gustar, pero termina dejando marca. Quizá porque, al final, lo que más necesitamos no es gritar más fuerte, sino aprender a escuchar cuando ya casi nadie habla.