Yamil Quiere Ser Artista derriba las etiquetas y se entrega al caos hermoso de crear en ‘Bandido, el tiempo se acaba’

Algo se cocina con firmeza en Arequipa. No es casual que en los últimos años hayan empezado a circular nombres como 380, Baiao, Lázaro Suplika Dopamina o el Club de los poetas muertos, ni que el circuito alternativo empiece a girar la cabeza hacia el sur con más respeto. Esto no tiene nada que ver con modas. Se trata de una generación que ha aprendido a convivir, compartir referencias, desafiar categorías y tomarse en serio sin caer en la solemnidad. Dentro de ese panorama, Yamil Quiere Ser Artista ocupa un lugar particular. Su música se construye desde lo lúdico y lo visceral, pero sin ansiedad de impacto. Lo suyo conecta con quienes alguna vez sintieron que no encajaban del todo, y que aun así decidieron inventarse un lugar posible.

Bandido, el tiempo se acaba confirma lo que sus trabajos anteriores ya dejaban entrever con claridad. Yamil entiende el disco como una forma de conversación extendida, donde puede cruzar géneros sin rendir cuentas, moverse entre intensidades dispares y decidir cuándo algo está terminado. El reguetón se cruza con el jazz sin perder ritmo, el R&B y el trap se turnan sin que se note la costura, y por momentos todo se desarma en pasajes que rozan el hyperpop, el neo perreo o un pop psicodélico que renuncia a cualquier instrucción previa. Este es su trabajo más completo, más arriesgado, más libre. Las canciones avanzan con naturalidad, algunas se estiran, otras se quiebran, pero todas responden a una idea clara de exploración. Cada decisión tiene la marca de alguien que confía en lo que está haciendo.

Detrás del sonido hay una idea más grande. Yamil ha construido este disco desde un lugar de inconformidad, cansancio y búsqueda. No le interesa encajar, sino responderse una pregunta que lo acompaña desde niño. Quiere saber quién es, y ha decidido responderse componiendo. Dice que se siente más cercano a los gatos que a las personas, que la música le ha salvado la vida varias veces, que en su cabeza todo suena antes de tener forma, que producir es lo único que lo hace sentir libre. Cree que en este mundo todo está diseñado para recortarnos, por eso el disco parte desde el deseo de crear sin negaciones. Todo lo que suena fue posible porque no se impuso ningún freno. No hay moldes, no hay pasos obligatorios. El concepto nace de eso, de estar harto de los bordes. Si hay humor, lo deja. Si algo no suena “correcto”, lo mantiene. El resultado no pretende ser ejemplar, pero sí auténtico. Y por eso funciona.

El disco no suena a cierre ni a conclusión. Más bien parece una apertura lúcida. Tras mudarse a Lima, Yamil continúa su camino con otra claridad, sin disfrazarse de artista que se toma en serio. Su trabajo ya está en marcha. Sabe que lo que viene no será inmediato, pero se proyecta con convicción. Quiere compartir, armar red, crecer junto a otros artistas peruanos que también se cansaron de las fórmulas y de los atajos. El álbum no está hecho para gustar a todos, pero conecta desde un lugar sincero. Tiene humor, memoria, errores y convicción. No necesita exhibirse, y eso lo vuelve mucho más poderoso.

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