No es fácil mantenerse en pie cuando todo empuja hacia el costado. La calle lo sabe. También lo sabe el que despierta temprano, el que viaja dos horas para llegar al trabajo, el que ha tenido que aguantar sin bajar la cabeza. A ellos está dedicado El Guerrero, el nuevo EP de Difonia, banda limeña con dos décadas de historia que nunca se desligó de su gente. Este regreso discográfico, tras ocho años de pausa, no responde a modas ni busca rejuvenecer. Es más bien un acto de continuidad, una entrega de cinco canciones que se alzan como gesto de respeto hacia quienes siguen luchando, aunque nadie lo celebre ni lo reconozca. Porque si algo ha entendido Difonia, es que no todo se resuelve con estruendo: a veces, seguir adelante exige silencio y firmeza.
En ese sentido, El Guerrero no es un disco para el vitrineo digital ni para ganarse algoritmos. Su fuerza está en lo que transmite cuando se lo escucha sin interrupciones, cuando uno se detiene a percibir la rabia, la convicción y la ternura que hay detrás de su aparente dureza. Los riffs no descansan, la batería va como taladro y la voz de Ricardo Méndez ruge con determinación. Pero debajo de todo eso hay un espíritu que acompaña, que reconoce al otro en su cansancio, que no lo juzga ni lo consuela, simplemente le ofrece algo con lo cual avanzar. Eso, en este contexto saturado de productos fugaces, vale oro.
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El álbum cierra con “Difónica”, un medley que rinde tributo a Metallica con respeto, energía y sudor propio. Lejos de sonar como un simple cover, esta versión funciona como declaración afectiva, como un gesto hacia los orígenes de la banda, pero también como una forma de compartir con su audiencia un fragmento de su formación emocional. Y lo mejor es que no se siente forzado. Está enraizado en la historia de cada integrante y, al mismo tiempo, conecta con cualquiera que haya aprendido a sobrevivir con guitarras como escudo.
Difonia no está regresando porque se fue. Lo suyo ha sido permanencia, a veces desde los escenarios, a veces desde el silencio. Y El Guerrero es testimonio de esa fidelidad. No pretende cambiar las reglas del juego ni romper esquemas: lo que ofrece es algo más importante, algo que hoy escasea. Honestidad, cercanía, fuego bien dirigido. Y un mensaje que, en tiempos frágiles, conviene escuchar más de una vez: avanzar también es pelear. Pero pelear no significa destruir. Significa no dejarse vencer.
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