Rock Al Parque 2019: Rockero ayuda a rockero [CRÓNICA]

Texto de María Gracia Córdoba | Fotos de Andrés Wolf.

“Una política cultural verdaderamente democrática debe proponerse abrir espacios para que las identidades excluidas accedan al poder de representarse así mismas y de significar su propia condición política participando como verdaderos actores en la esfera pública” -Vich en Desculturizar la Cultura

Me encontraba en Bogotá por motivos de estudio cuando me enteré de que el festival Rock al Parque se realizaría un mes después de mi regreso a Perú. Sin dudarlo cambié el pasaje, no podía quedarme con las ganas de vivir la experiencia del festival público más grande de Latinoamérica. Rock al Parque cumplió 25 años este año. 25 años de fomento y apertura a un género musical que, al menos en nuestro país, no tiene un espacio dentro del quehacer público y político. Tenía que estar ahí, especialmente si formé parte del equipo organizador del olvidado o recordado festival “Lima Vive Rock”. Ir a Rock al Parque significaba para mi experimentar “lo que quizá pudo ser”. 3 días, 3 escenarios, más de 70 bandas y 340 000 almas, según cifras oficiales, en un espacio gratuito generado 100% por el estado.

Foto: @andreswolf

Era el primer día, día destinado solo para bandas de metal. La cola al festival no era larga. La requisa fue minuciosa, tratando de que los asistentes no ingresamos con bebidas alcohólicas u objetos que pudieran ser peligrosos. Lo primero que me llamó la atención fue escuchar una voz fuerte que salía de los parlantes diciendo: “Rockero ayuda a rockero”, frase que llenaba todo el recinto del inmenso parque Simón Bolivar. Miles de personas transitaban de un lugar a otro. Cabezas y cuerpos vestidos de negro que se movían con bandas como Deicide (EEUU), Angra (Brasil), Dying Fetus (EEUU), Here Comes The Kraken (MÉXICO), Grito (Colombia), entre otras. Un festival público con una producción impecable que no tenía nada que envidiar a los festivales privados.

Deicide | Foto: @andreswolf

 

Angra | Foto: @andreswolf

El segundo día quise conocer un poco más la dinámica del festival. Llamó mi atención un escenario más pequeño, me acerqué y se trataba de un espacio destinado a bandas locales más jóvenes que forman parte de programas del Estado. Más allá una feria con casi 100 emprendedores culturales que ofrecían sus productos. Una feria de comida. Atracciones auspiciadas por empresas privadas. Puntos con dispensadores de agua. Todo el parque intervenido para brindar las condiciones necesarias y poder disfrutar del espacio público sin inconvenientes. «Rock al Parque es Libertad” se escuchaba otra vez de fondo en los parlantes. Ese día el ambiente se llenó de ska, reggae, merengue, punk, electro, música tradicional colombiana, thrash metal etc. Con las presentaciones de Rita Indiana (República Dominicana, Rubén Albarrán (México), La Vela Puerca (Uruguay), Curupira (Colombia), La doble A (Colombia), Eruca Sativa (Argentina), entre otros. La noche terminó con uno de los pogos más grandes que he visto, pogos circulares que parecían saltar en sincronizados como en una coreografía en el concierto de cierre con Sodom (Alemania).

Rubén Albarrán | Foto: @andreswolf

 

La Vela Puerca | Foto: @andreswolf

El último día procuré llegar más temprano ya que tocaban las bandas más fuertes y conocidas del cartel. Llegué con la presentación de El Tri (México) justo cuando Alex Lora decía “El rock and roll es un deporte practíquenlo”. La gente gritando “es la nostalgia del fin de siglo”. Ese día llovió muy fuerte pero no fue impedimento. Inmediatamente el lugar predominantemente negro empezó a llenarse de colores ya que comenzamos a sacar nuestros “ponchos de plástico” para cubrirnos un poco. Capas amarillas, verdes, rojas. La fuerte lluvia, el viento y el frío no nos hicieron retroceder. Encontrábamos calor con la adrenalina, los saltos y el cobijo en la masa de personas Luego, en el mismo escenario, se presentó Gustavo Santaolalla (Argentina): “Las alcaldías pasan, pero los festivales quedan…porque esto es por ustedes”. Y sí, Rock al Parque es de los colombianos, no le pertenece a ninguna gestión de turno. Cuando hablaba sobre el festival con los “Bogotanos” sentía que el festival era más que un espacio de conciertos: “Rock al parque es nuestro”, “Es lo mejor de Bogotá”, “Rock al Parque me ha visto crecer”, “Rock al Parque se vive”. El festival forma parte de la identidad de la ciudad y sus habitantes. Trasciende generaciones y posturas políticas.

“Rock al parque espacio de convivencia y tolerancia”, se escuchaba otra vez de fondo en los parlantes mientras veía a unas personas que parecían personal de seguridad pero que usaban unos chalecos con la frase: “Gestores de convivencia”. Una convivencia que no es armoniosa, que es problemática, cuestionadora pero que a la vez es real. Una vez leí que las políticas culturales deberían dar cuenta de las fricciones de nuestros mundos. Ese día sentí a qué se refería esto cuando Juanes (Colombia) tocó por primera vez en este espacio después de ser criticado y rechazado por su estilo musical. Una de las frases que dijo: “Es un momento para incluirnos, reconocernos y para nunca dividirnos…a todos nos une la música”. Juanes sorprendió con las interpretaciones de “Cuando pase el temblor” junto con Zeta Bosio (Argentina) y con su interpretación de “Seek & Destroy” de Metallica. Ese día el ambiente vibró además con Babasónicos (Argentina), Fito Paez (Argentina), Pedro Aznar (Argentina), Cristina Rosenvigne (España), Los amigos invisibles (Venezuela), entre otros. El cierre estuvo a cargo de la orquesta filarmónica de Bogotá con un tributo por los 25 años de Rock al Parque. Una selección de temas emblemáticos acompañados de artistas como Andrea ECheverry (Colombia), Draco Rosa (Puerto Rico), Rubén Albarrán (México), Mario Duarte (Colombia), entre otros.

Mi experiencia en Rock al Parque fue increíble especialmente porque me interpeló con la realidad de mi país. Un país que aún no logra generar espacios de esta naturaleza. Espacios que fomenten la apropiación de nuestra cultura y a la vez el cuestionamiento necesario en contextos como el nuestro de violencia e individualismo. No se trata solo del rock, sino de la música como vehículo para la expresión e identidad. No es casualidad que apartir de Rock al Parque ahora Bogotá fuera considerada como capital creativa por UNESCO y cuente con otros festivales “al parque” como “Hip Hop al Parque” “Jazz al Parque” y “Salsa al parque”. Hubiera sido bonito que Lima Vive Rock llegara a lo mismo, pero algo sucedió para que haya quedado solo como una bonita experiencia de una gestión municipal y no como un espacio de Lima. Siempre me quedará la duda de por qué no hubo un despertar desde nosotros los ciudadanos, para exigir que este espacio continúe. Son cuestionamientos que tengo y que buscaré responder en algún momento. Mientras tanto queda aún la ilusión de que algún día lo lograremos.

Algunas postales más:

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