La historia continúa: el rock vuelve a ser refugio, reencuentro y memoria

Una calle sin asfaltar, una radio grabadora pasada de moda, la adolescencia aún sin redes sociales. Así empezó todo. A inicios del nuevo milenio, mientras MTV programaba sin parar a NOFX, The Offspring y Blink-182, en Lima se armaba una escena sin manual ni poses. Desde alguna discoteca en Lima norte o una casona del centro, un puñado de bandas empezó a moldear algo que nadie llamó movimiento pero que igual funcionó como tal. Inyectores con su filo directo, 6 Voltios encendiendo gargantas y Dalevuelta regalando estribillos que se tatuaban en la memoria. De pronto, sin que nadie lo viera venir, el punk melódico peruano dejó de sonar a calco californiano y se convirtió en parte de la banda sonora de miles de vidas. Y este 9 de agosto, en el Festiva, ese ruido volverá a levantarse como si nunca hubiese dejado de sonar.

El concierto se llama «La historia continúa», pero la palabra clave es «reencuentro». No solo entre bandas que marcaron una etapa, sino entre personas que se conocieron en pogos o en filas de conciertos. Esta vez no se trata de nostalgia sino de reconexión con lo que nos formó. Renzo Lancho está en Lima y eso ya bastó para alinear a Dalevuelta con 6 Voltios e Inyectores en un mismo cartel, algo que no sucedía hace años. Tocarán sets largos, sin reloj al cuello, repasando lados B, temas olvidados por las radios, esas canciones que solo los fans de verdad cantan de principio a fin. Y si eso no bastara, el reencuentro también incluye a la artillería pesada del nu metal local: Dmente Común, Serial Asesino y Por Hablar, bandas que hicieron del riff seco y del grito contenido una religión compartida con los del punk.

Hay algo que diferencia a esta camada de músicos de lo que vino después. Sus canciones no fueron fabricadas para algoritmos, ni adaptadas al TikTok, ni pensadas para ganar premios. Se tocaban por necesidad, se grababan en estudios improvisados, se compartían en disquerías independientes o quemadas en CD. A falta de grandes plataformas, la hermandad era el canal de distribución. Había un circuito subterráneo que funcionaba con abrazos, flyers y vans prestadas. Las bandas de punk y nu metal coexistían en los mismos escenarios porque todos sabían que las etiquetas eran lo de menos cuando la rabia y la ternura compartían espacio. Este concierto no solo recuerda eso, sino que lo vuelve a poner sobre el escenario.

La entrada se consigue por Joinnus, sí. Pero la clave no está en el código QR. Está en el reencuentro con uno mismo. Con esa versión adolescente que se subía al micro con polos de bandas hechas a mano y soñaba con poguear toda la noche. Está en abrazar a gente que no veías desde el último concierto en el María Angola o el AELU. Está en volver a gritar letras que te salvaron en momentos donde nadie más lo hizo. Porque aunque hayan pasado más de veinte años, todos cargamos en el pecho una parte de esa escena que, lejos de desvanecerse, se transformó en historia vivida.

Y si los amigos siguen tocando y tú sigues cantando, entonces no hay duda: la historia no terminó. Apenas estamos llegando al siguiente verso.

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