Para Jaze, el ruido ya no viene del aplauso fugaz ni del efecto de una frase bien lanzada. Hace rato que dejó atrás los escenarios de freestyle y se entregó por completo a un proceso más íntimo, donde cada canción responde a una necesidad interna antes que a una expectativa externa. Su tercer álbum, Quizá no es para tanto, llega como resultado de una búsqueda sin mapa: no hay premisas cerradas ni un discurso que intente sostenerlo todo. Solo canciones que fueron apareciendo con el tiempo, hasta formar un conjunto que parece más descubierto que planeado.
La arquitectura del disco se sostiene sobre un R&B de contornos suaves, funk cálido y matices pop hechos a mano. A diferencia de sus trabajos anteriores, aquí no parece urgido por explicar quién es o hacia dónde va. Más bien, se deja guiar por lo que va sintiendo. Cada canción nace de un momento específico, sin ambición de representar nada más allá de su verdad personal, pero con la sensibilidad suficiente para abrirse al que escucha. El resultado es un disco que encuentra fuerza en el simple acto de preguntar.
Los adelantos como “mil procedimientos”, “las consecuencias” o “no le mienta a la mamá” ya apuntaban a un cambio de coordenadas. Ahí se escuchaba un Jaze más suelto, más preciso en lo melódico y cada vez más atento a los matices. Esa transición se consolida en este disco, donde también suma voces que no solo enriquecen el paisaje sonoro, sino que amplían el alcance del proyecto. Todos los artistas invitados —profesionales sólidos con trayectorias propias y gran popularidad— aportan matices nuevos sin opacar la esencia del álbum. En lugar de diluirse, Jaze consigue que sus canciones viajen más lejos sin dejar de ser suyas.
A eso se suma otro detalle que no pasa desapercibido: Jaze ha empezado a ocupar espacios relevantes en la escena latinoamericana. Su participación en festivales importantes de la región no solo confirma que su propuesta conecta fuera del Perú, sino que también representa un paso significativo para una generación de artistas peruanos que están empezando a construir una presencia sostenida más allá de sus fronteras. En ese contexto, Quizá no es para tanto funciona como un manifiesto sutil: una forma de decir “esto también somos” sin necesidad de elevar la voz.
El disco no intenta ser hito ni testimonio. Su impacto se da en otro plano: en la tranquilidad con la que deja que cada emoción tome su tiempo. Nada aquí exige atención, pero todo merece ser escuchado. Jaze no está compitiendo ni interpretando un rol. Lo que hace es acompañar, con la misma honestidad con la que muchos de nosotros tratamos de entender lo que nos pasa. Y eso, en un panorama saturado de certezas de cartón, es más que suficiente.
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