Alejandro y Maria Laura – «Madre Padre Marte» [RESEÑA]

La obra musical del matrimonio conformado por Alejandro Rivas y María Laura Bustamante ha guardado siempre en su apartado lírico un vínculo cercano con lo que la pareja experimenta en sus vidas, usando esta forma de arte como un vehículo para comunicar emociones y sensaciones de un modo casi terapéutico, algo bastante arraigado en la tradición del género de cantautor, uno de los influjos más prevalentes en sus composiciones: así pues, escuchar una canción o un disco suyo nos ha permitido -desde que en 2011 editasen Paracaídas, su álbum debutechar una mirada dentro de su microcosmos particular, que no se agota solamente en el tópico amoroso, sino que refiere a la inocencia de la niñez o las vicisitudes de la convivencia, además de ejercicios lúdicos o de sentida introspección que arropan con citas al folk- pop, jazz o música latinoamericana, de un acusticismo calmo y melifluo que no tardó en ganarles una audiencia fiel. Dichas cualidades se replicaron en producciones posteriores como Fiesta para los muertos (2013) y La casa no existe (2017), pero con la adición de elementos que refrescaban su propuesta, alejándola de lo esquemático, y la colaboración de artistas afines a su sensibilidad, como Kevin Johansen, Javier Barría, Paulinho Moska, La Lá o la gran Susana Baca, entre otros. En lo personal, La casa no existe me pareció una placa muy lograda, al mostrar la evolución compositiva alcanzada por la dupla, a lo que contribuía el fino acabado con que sus canciones estaban revestidas, contando con la participación como sideman del músico y productor argentino Juanito el Cantor, quien tomaba el lugar de su compatriota Matías Cella, que desempeñó ese papel en las dos primeras entregas del tándem. Madre Padre Marte (2023), su cuarto álbum, los encuentra añadiendo ingredientes nuevos a su receta, pero sin perder la esencia de lo que hace a su música tan próxima y entrañable.

El repertorio de lo que ahora es Madre Padre Marte fue compuesto y grabado entre Lima, Santa Eulalia y México D.F. (ciudad donde actualmente residen, en pos de oportunidades de crecimiento para su proyecto) desde 2017 hasta el año en curso, el lapso más prolongado de tiempo transcurrido sin un larga duración del dúo. No obstante, Rivas y Bustamante han tenido bastante actividad en el último lustro, no solo estrenando temas con periódica frecuencia (aprovechando la inmediatez que brindan las plataformas digitales para presentar singles tan pronto estén listos) o realizando actuaciones en Perú y el extranjero (lo que, como tantas otras cosas, se vio interrumpido por la pandemia), sino dedicándose en simultaneo al rol de padres primerizos, hecho que supone un vuelco en la existencia de quienes se encuentren en esa etapa tan singular, la que el binomio toma como inspiración para reflexionar en sus letras sobre la transformación que ejerce en las personas el traer una nueva vida a este mundo. Algunas de estas canciones fueron ya antologadas en el EP Madre, editado a fines del 2021 (cuyo contenido es repescado en integridad en este nuevo lanzamiento); pese al extenso periodo del que proceden, eso no afecta a Madre Padre Marte si se le deseara escuchar como un ente conceptual -incluso desde lo heterogéneo que resulta en su musicalidad- al abordar tópicos que han estado presentes desde un inicio en su universo lírico, pero con pequeños giros de tuerca que renuevan su interés.

A nivel de instrumentación, Madre Padre Marte encuentra a Alejandro y María Laura empleando sintetizadores y máquinas de ritmo de modo protagónico (“Lagrimón”, “Lo que iba a ser”, “Aparato” o “Sana sana”), lo que adiciona un matiz novedoso al caleidoscopio arreglístico del dúo, aunque ello deriva de verse condicionados por el encierro pandémico y tener que trabajar a distancia con el músico y productor chileno Javier Barría (quien había participado hace unos años en “Nadie puede amar a un fantasma”, corte de Fiesta para los muertos), mientras que los temas grabados en México bajo la batuta del venezolano Gustavo Guerrero, que son los más recientes, lucen un acabado más orgánico, brindado por la posibilidad –tan ansiada por la dupla- de volver a tocar con otros músicos en un mismo espacio. La despojada placidez de “Bajo el cielo azul de Marte” -uno de los estrenos que el disco ofrece- es la que oficia como apertura, una suerte de valsecito cantado al unísono que habla de amor con leve erotismo; puede ser visto, si se quiere, como una secuela de “Sensual intergaláctica”, un oldie incluido en Paracaídas. La letra de “Algo tiene que estar mal”- single que habían adelantado en 2021- revela una arista más coyuntural al echar luz sobre el abismo en las estructuras sociales (“Lo que tú logras con poco esfuerzo / A mí me está tomando el alma y el cuerpo”), expresando un abierto desdén por la cultura corporativa (“No pienso volver a ponerme una camiseta que no sea mía / No pienso ser parte de esta mentira”), lo prosaico y asfixiante que muchas veces resulta la rutina del trabajo (“Dos horas de vuelta y dos de ida / Esta no es la vida que yo quería”) y de cómo esta nos va consumiendo de a pocos, algo de lo que propone escapar (“Me voy con el alma encendida a recuperar mi vida”), en lo que termina siendo un ensayo de cruda realidad aligerado al presentarse como una animosa cumbia psicodélica, que podría ser la hermana adusta de “Agüita del equilibrio”, uno de los destaques de su placa anterior. Observaciones de similar cariz son las que contienen “Aparato” (que se refiere risueñamente a la dependencia que tenemos hacia la tecnología, clamando por mayor conexión humana), el interludio a capella “Querido hombre” (en el que María Laura ironiza sobre el machismo tan persistente en sociedades como la nuestra) y el aura afligida que comparten “Pasaje de ida” y “Nunca fui parte de algo” (con base en piano y guitarra acústica, respectivamente), que dan cuenta de un sentimiento de desarraigo, pero que abre la posibilidad de trazar un camino propio (“No hay lugar en el mundo donde quisiera enraizar / Nunca quise ser árbol, mejor ser pájaro y así volverte a visitar / Y así también es la vida, solo el pasaje de ida”), con una sutileza en la ejecución que le baja tono al desencanto que exudan ambas, que debutan recién en este disco y son de sus momentos más destacados.

La experiencia de ser padres por primera vez tiene influencia en canciones como “Siempre siempre”, que rezuma ternura con su lúdico carácter y coqueta línea de sintetizador. “La princesa y el río” juega con la fantasía de los cuentos de hadas, con un arreglo chamber pop que le hace un guiño al Disney clásico (y me hace acordar a algún tema de Jon Brion). Los vínculos familiares y sus dinámicas aparecen en “Lagrimón” (donde María Laura recuerda con nostalgia a su madre, bastante emotiva dentro de su liviandad), “De a poco” (un panalivio deconstruido de versos juguetones, otro estreno) y “Lo que iba a ser” (editado como sencillo hace un par de años), este último con la voz invitada de la colombiana Andrea Echeverri, que expresa el ánimo de salir adelante pese a lo adverso de las circunstancias (lo de “Si se nos viene abajo el techo / quizá podremos ver el cielo azul abierto” es significativo), una actitud que sirve para recomponerse tras un periodo tan aciago como el de la pandemia. “Sana sana”, otra de las que A&ML ya habían anticipado, es una tonada infantil de trasfondo ecológico, hablando desde la desazón por cómo la humanidad ha hecho mierda el ecosistema que habita y la nula voluntad de hacer cambios reales ante tal desastre, aún con la certeza de lo poco que se va a dejar a las generaciones venideras (“Fuimos egoístas por querer traerte el mundo / Nunca me importó tanto el futuro como cuando te veo”). Sin embargo, que tal canción preceda al número de cierre, “Babas” (que es –si no me equivoco- la composición más antigua incluida aquí), referida a la maravilla de contemplar una nueva vida en sus primeros años y la ilusión por verla crecer (“Sueño que este sueño no acaba / Y vivo con sueño tratando de seguirte sin perderme nada”), es una declaración de principios por parte de la pareja, quienes en medio de un contexto problemático -aquí, allá y en todas partes- y pese al cinismo imperante, a veces necesario para lidiar con las miserias y despropósitos que nos depara el día a día, eligen conservar una visión de las cosas que guarda una pizca de esperanza.

El talento de Alejandro y María Laura para entregar canciones de sensible carga y estilizada hechura se refrenda en Madre Padre Marte, un nuevo capítulo de la saga confesional y agridulce –pero al mismo tiempo ligera y extrovertida- que han venido ofreciendo desde su primer álbum, la que se sigue inspirando en su particular momento en la vida o los extraños tiempos que corren y les permite lucir su proverbial oficio para arrullar el oído de quienes sintonicen en su misma frecuencia. No estoy seguro si este disco consiga llegar a aquella porción de público alternativo que pone reparos a la delicadeza y candor en la música -como si la valía o autenticidad de un artista/banda solo se asociase a lo visceral o disruptivo- o tiente a la elusiva masividad (“Esto no suena en la radio, pero tampoco es necesario para conectarnos”, entonan en “Aparato”), pero la gracia puesta en su confección la convierte en una obra disfrutable y honesta a la que vale la pena prestar atención.

Escucha aquí el álbum:

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