Más grande, más intenso, más nuestro: Vivo X El Rock volvió para quedarse [CRÓNICA]

Las luces del escenario principal titilaron una última vez, y en ese instante, la multitud supo que todo había terminado. Pero nadie se movía. Esa sensación de vacío tras una jornada de doce horas de música, saltos y encuentros quedó flotando en el aire. No hubo fuegos artificiales, ni despedidas grandilocuentes, solo la estela de un día intenso que dejó huella en todos los que fueron parte de esta edición de Vivo X El Rock. Unas últimas fotos, algunos abrazos cargados de emoción y los cánticos espontáneos que aún retumbaban en el aire.

Desde temprano, la atmósfera era pura electricidad. Las calles aledañas bullían con la energía de los asistentes, cada uno con su propio ritual de preparación para la gran jornada. Algunos llegaban con el outfit meticulosamente planeado: camisetas de sus bandas favoritas, chaquetas de cuero con parches, botas resistentes para aguantar el día. Otros, con disfraces, maquillaje y brillos, listos para convertir el festival en su propia pasarela. La diversidad de estéticas era un reflejo del cartel: rockeros de la vieja escuela, amantes del metal extremo, jóvenes con looks indie, punks que mantenían viva la esencia del DIY. La fila para ingresar ya era un espectáculo en sí mismo. Las conversaciones giraban en torno a la expectativa por los shows, anécdotas de ediciones pasadas y debates sobre cuál sería la mejor presentación del día.

Los accesos fueron rápidos a primera hora, pero conforme se acercaba la tarde, el embudo en los puntos de ingreso comenzó a sentirse. A pesar del personal de seguridad esforzándose en mantener el orden, la ansiedad de entrar hizo que algunos perdieran la paciencia. Sin embargo, una vez dentro, la disposición del espacio sorprendía. La distribución de los escenarios permitía que cada show se sintiera íntimo sin perder la grandiosidad de un festival de esta magnitud. En cada rincón, algo sucedía: merchandising oficial, puestos de venta de bebidas alcohólicas y no alcohólicas, activaciones de marcas y juegos interactivos que le daban otro matiz a la experiencia. No había zonas de descanso planificadas, así que los asistentes improvisaban espacios en el suelo, buscando algún rincón de sombra para recargar energías.

La presencia de medios internacionales también destacó. Fotógrafos, periodistas y blogueros de otros países llegaron para cubrir la edición, sorprendidos por el nivel de producción y la respuesta del público peruano, que alternaba entre momentos de pasión intensa y otros de apacible observación. Hubo entrevistas, transmisiones en vivo y mucho contenido generado en tiempo real, lo que ayudó a proyectar el festival fuera de nuestras fronteras. Vivo X El Rock ha evolucionado con los años, pasando de ser un evento independiente que apostaba por las bandas locales a una cita obligada en el circuito latinoamericano de festivales. La transición de productoras trajo cambios notables, desde una organización más precisa hasta una selección de artistas más ambiciosa. Pero con el crecimiento vienen también los desafíos: mantener la esencia, seguir siendo accesibles para el público fiel y, al mismo tiempo, abrir espacio para nuevas propuestas.

La curaduría fue uno de los grandes aciertos. El cartel logró equilibrar la nostalgia con la frescura, trayendo nombres legendarios que el público pedía desde hace años, pero también abriendo espacio para nuevas propuestas nacionales e internacionales. La inclusión de bandas como Volcano, WAN, 380 de Arequipa y Hyena de Cajamarca, Jean Paul Medroa o Thank You Lord For Satan demostró que el festival también impulsa la evolución de la escena local. La mezcla de públicos generó momentos inesperados: fans del metal descubriendo el rock alternativo peruano, seguidores del punk coreando canciones de bandas emergentes. Se vivió un cruce generacional donde convivían quienes vivieron el auge del rock en los noventa con una nueva camada de asistentes que recién están explorando la riqueza de la música en vivo.

 

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En lo técnico, la mayoría de los escenarios sonaron impecables, pero los problemas técnicos no faltaron. Rafo Ráez & Los Paranoias sufrieron con el sonido, lo mismo ocurrió con Plug Plug, La Zorra Zapata y, en mayor medida, con el escenario donde tocaba Smash Mouth, cuyo show tardó veinte minutos en comenzar por inconvenientes inesperados. Un festival de esta escala merece un equipo técnico a la altura para evitar estos problemas. Sin embargo, cuando el sonido funcionó, se sintió como una avalancha de emociones. La voz de los cantantes, el rugido de las guitarras y el estruendo del público creaban una energía palpable, casi física. Cada canción provocaba una reacción en cadena: saltos, puños en alto, coros multitudinarios que erizaban la piel.

El área de comidas fue otro punto crítico. Aunque la oferta era variada, los puestos se quedaron desabastecidos en varios momentos del día. En un intento por solucionar la situación, recurrieron a sucursales cercanas que enviaron pedidos por delivery, generando una imagen surrealista: decenas de motorizados ingresando con bolsas de comida para un festival de decenas de miles de personas. Además, no hubo ninguna opción vegana o vegetariana, un tremendo descuido de la producción que no puede volver a ocurrir.

El sistema cashless, que prometía facilitar las transacciones, terminó convirtiéndose en un problema. Largas filas para recargar saldo, fallas en los dispositivos de cobro y confusión en la conversión de montos generaron frustración en los asistentes. Para próximas ediciones, una solución viable podría ser aliarse con aplicaciones como Plin o Yape, agilizando así el proceso de compra y evitando la pérdida de tiempo en colas innecesarias. O simplemente acostumbrar al público a hacer sus recargas de manera online y con mucha más anticipación.

El estacionamiento fue, sin duda, el mayor dolor de cabeza. Salir del recinto tomó horas, convirtiéndose en una tortura después de una jornada tan intensa. Supuestamente, el festival tenía una alianza con la ATU para agilizar el desplazamiento de vehículos, pero no hubo mejoras evidentes. Para futuras ediciones, sería clave coordinar con más autoridades para evitar un embotellamiento de tal magnitud.

A pesar de estos puntos por mejorar, el saldo es positivo. Vivo X El Rock sigue siendo el evento más importante del país, y su evolución demuestra que está en constante crecimiento. Los asistentes somos los responsables de seguir impulsando este festival y convertirlo en un referente latinoamericano. Siempre quisimos un festival a la altura de un Lollapalooza o Estéreo Picnic; la fórmula ya está aquí, solo falta perfeccionarla. Ahora, es momento de que quienes vivimos esta edición compartamos nuestras impresiones, celebremos lo bueno y exijamos que lo que falló no se repita.

Finalmente, un reconocimiento especial al equipo de Kandavu por atreverse a tomar las riendas de este festival que el Perú pedía a gritos. Organizar un evento de esta magnitud no es tarea fácil, pero este primer gran paso demuestra que estamos en el camino correcto. Confiamos en que, con el tiempo, se pulirán los detalles y se elevará aún más la experiencia. Nos queda la certeza de que el Vivo X El Rock seguirá creciendo y consolidándose como un festival imprescindible en el circuito latinoamericano.

 

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