Rosalía ha detonado el primer cartucho de su nueva era con “Berghain”, un preludio monumental a su inminente álbum “Lux” que desmantela cualquier expectativa de continuidad con el éxito masivo de Motomami. Esta es una convocatoria de fuerzas creativas en la que la estrella catalana se une a Björk, la sacerdotisa indiscutible del pop radical, y al productor de sonidos rotos Yves Tumor, con el apoyo solemne de la London Symphony Orchestra. El motivo central se revela como una búsqueda de redención tras la pérdida. Rosalía transforma el legendario club techno de Berlín, Berghain, en una catedral simbólica donde el dolor personal se confronta mediante una liturgia de ritmos fracturados y súplicas multilingües, elevando el acto de sanación a una performance mística.
La construcción del sonido es un desafío fascinante para el melómano, operando en capas que se niegan a conciliarse fácilmente. El tema se despliega con la severidad del clasicismo, empleando violines barrocos para introducir una tensión dramática ineludible. Sobre esta base orquestal, la voz de Rosalía ejecuta un acto de equilibrismo lingüístico. El alemán le confiere una textura operística y gélida a la angustia, el castellano revela la fragilidad más íntima y el inglés explota en una urgencia carnal al final. Esta arquitectura sonora, donde lo atemporal de la sinfónica dialoga con el noise industrial de Tumor y los susurros etéreos que trae Björk, crea un espacio expresivo completamente nuevo.
El videoclip, dirigido por Canada, funciona como un espejo visual de esta dualidad interior. La cámara sigue a Rosalía, vestida de un blanco ceremonial, mientras una orquesta de luto la persigue por escenarios de la vida cotidiana. Planchar, desayunar o esperar el autobús se convierten en actos performativos de una procesión. Esta yuxtaposición entre la banalidad de la rutina y la grandeza de la música en vivo crea una imagen mental poderosa. El sufrimiento personal se magnifica hasta convertirse en un rito estético. La iconografía religiosa, sutil pero constante —desde el calzado hasta la iluminación—, sugiere esta sanación como una transformación guiada por una fuerza mayor.
“Berghain” se instala como un hito, la prueba definitiva de que la ambición artística de Rosalía está orientada hacia una redefinición constante de sus propios límites. La invitación a Björk, cuyo trabajo resuena como un eco ancestral en el pop de Rosalía, representa un relevo generacional en la experimentación. Lo que ofrece esta canción es un artefacto sonoro para el futuro, un texto que se descifra con cada escucha. Se trata de un arte que exige valentía por parte de quien lo crea y devoción de quien lo recibe.
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