Un latido crece en la penumbra, insistente, al borde de la ruptura. «La Bestia» de Coral trasciende la idea de una simple canción, convirtiéndose en un ritual donde la lógica se desvanece y la piel responde antes que la mente. Salim Vera y Alberto Fernández han esculpido una pieza que no pide permiso, que arrastra al oyente a un espacio donde el instinto dicta el ritmo y el deseo se convierte en obsesión. La sensación de peligro y atracción se despliega desde los primeros compases, envolviendo a quien escucha en una experiencia que roza lo hipnótico.
Cada sonido en ‘La Bestia’ flota con una cadencia envolvente, sosteniéndose en una atmósfera delicada y persistente. Los sintetizadores dibujan un escenario etéreo donde el tiempo parece diluirse. Las percusiones, contenidas y precisas, acompañan el vaivén de la melodía sin imponer una marcha abrupta. La voz de Vera se desliza con una expresividad mesurada, transmitiendo una tensión sutil que se insinúa sin desbordarse. Coral se mueve en una zona donde la fuerza no se impone, sino que se insinúa, donde la calma esconde una intensidad latente que se despliega en matices.
La letra se hunde en la contradicción humana: resistirse y ceder, rechazar y buscar. Fernández narra ese instante en el que la conciencia cede terreno y el instinto reclama lo suyo. No es una historia de redención ni de derrota, es una mirada sin filtro a la fragilidad de los límites. La bestia es el anhelo y el peligro, lo prohibido que atrae con una fuerza innegable. La manera en que la voz de Vera se despliega entre los arreglos, transitando entre la urgencia y la contemplación, refuerza la tensión entre lo racional y lo visceral.
El tratamiento visual de Coral refuerza esa estética de tensión y sofisticación. Imágenes de luces filtradas, sombras cortantes y encuadres asfixiantes construyen una atmósfera donde lo sensual y lo amenazante conviven en una misma dimensión. El enfoque artístico está calculado para intensificar la sensación de peligro latente. Mientras muchos optan por lo seguro, este dúo se atreve a crear un lenguaje propio, sin necesidad de explicaciones ni concesiones.
‘La Bestia’ no se escucha, se siente. Es una invitación a cruzar una línea invisible, a dejarse llevar sin preguntas. Coral no intenta complacer, sacude. En esa entrega sin condiciones, en esa incertidumbre electrizante, radica su mayor acierto. Cada repetición, cada giro armónico, arrastra a quien se atreve a escuchar hacia un abismo sonoro que no tiene regreso. Y cuando la música se desvanece, lo único que queda es el eco de una bestia que respira en la oscuridad.
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