Algunos legados no terminan, simplemente mutan. En la escena actual, colmada de revisiones nostálgicas y resurrecciones fugaces, lo de BEAT es otra cosa: una continuación con plena conciencia de sí misma. El 12 de mayo, Lima recibirá a un proyecto que no se limita a homenajear a King Crimson sino que reconfigura su etapa más esquiva —la de los años 80— con la autoridad de quienes escribieron aquellas páginas. No se trata de una banda tributo, sino del pulso vivo de una historia que sigue latiendo con la misma complejidad y filo.
Adrian Belew, el arquitecto vocal de Discipline, y Tony Levin, el hombre que reinventó el bajo con el Chapman Stick en Three of a Perfect Pair, lideran este cruce intergeneracional junto a Steve Vai, figura que nunca tuvo vínculos directos con Crimson pero cuya exploración técnica y expresiva encaja de forma quirúrgica. Completa la alineación Danny Carey, batería de Tool y heraldo del ritmo fractal. A esta reunión no la define el pasado sino el nivel de conversación que estos músicos aún son capaces de sostener entre sí, sin filtros, sin acomodarse, con la incomodidad que siempre hizo grande al progresivo.
Robert Fripp no forma parte del escenario, pero su sombra es densa y explícita. Él mismo sugirió el nombre “Beat”, en referencia al disco que King Crimson lanzó en 1982, y validó la idea de una agrupación que no repite sino que vuelve a construir. Desde el inicio de la gira en California en septiembre pasado, el proyecto ha desafiado la idea misma del recuerdo: las versiones de “Frame by Frame” o “Neal and Jack and Me” no son fósiles restaurados, sino cuerpos en combustión, rearmados desde otra edad, otra lógica, otra voz.
El contexto peruano suma una capa más a la experiencia. Lima nunca fue una plaza de paso para este tipo de repertorios y, por eso mismo, este concierto se vuelve una anomalía preciosa. Escuchar “Elephant Talk” o “Sleepless” interpretadas por quienes las parieron —con la ironía intacta, la polirritmia al borde del colapso, la tensión entre máquina y carne— es una oportunidad rara. Aquí no hay montaje de museo ni zona segura; hay una tensión continua entre lo que se recuerda y lo que se reimagina.
Si hay una razón para no perderse este show, está en su carácter impredecible. No será un desfile de éxitos ni una postal restaurada. Será un encuentro con una música que nunca prometió comodidad y que, cuarenta años después, sigue disparando ideas nuevas. BEAT no revive a King Crimson: lo actualiza desde adentro, con las manos manchadas de historia y los oídos abiertos al error fértil.
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