Hay frases que no se olvidan porque contienen dentro suyo un accidente. “Levitar caer”, dijo Nicolás Duarte en medio de una grabación, cuando debía decir otra cosa. Y esa contradicción involuntaria se volvió mapa emocional de un tema que hoy tiene videoclip y vértigo. La imagen —caer mientras flotas, flotar mientras caes— sintetiza ese umbral donde el cuerpo se parte entre la angustia y la necesidad de seguir. El mimo fantasmal que atraviesa un escenario de objetos vencidos, con traje de oficina y rostro en blanco, representa esa misma grieta: alguien que sobrevive a un ataque de ansiedad mientras el mundo se le convierte en símbolo. Una esfinge con cabeza de ciervo negro lo observa en silencio, espectro de fragilidad y memoria.
El videoclip, dirigido por Marco Arauco y Javier Lima, toma esa grieta y la hace fábula. Se detiene en el instante en que lo que se siente se vuelve más importante que lo que se dice. Ahí la narrativa deja de importar: todo es ritmo interno, sensaciones difusas, imágenes que no responden al deber de explicar nada. Y en medio de eso, la música: progresiva, inestable, cargada de una energía que no estalla, sino que respira entre compases que se estiran o colapsan. Duarte no grita, tampoco se calla; su voz camina con un pie en el luto y el otro en la reconstrucción. La canción fue escrita tras la muerte de su padre adoptivo y luego reescrita un año después, cuando el duelo ya se había convertido en eco. Ese doble tiempo está impreso en cada frase, en cada decisión instrumental.
Quien conoce a Nicolás Duarte desde Camarón Jackson, desde Cuchillazo o La Mente, sabe que sus canciones siempre han sido más que canciones: son relatos. Pero en su carrera solista, que ya lleva cinco discos y anuncia un sexto en camino, esa necesidad de narrar se ha vuelto más íntima, más confusa, más honesta. Levitar Caer no busca conmover, y quizás por eso duele. No está diseñada para conmover, sino para mostrarse. Y en esa muestra hay un valor particular: el de permitir que el error —una palabra mal dicha, una emoción mal entendida— se vuelva centro de gravedad.
Este adelanto de su próximo disco no llega como promesa, sino como herida compartida. El videoclip no está hecho para entenderse, sino para acompañarse. Un mimo encerrado en un lugar sin tiempo, un ciervo que no ruge, una caída sin ruido. Duarte sigue creando desde la fisura, sin hacer espectáculo del dolor ni revestirlo de solemnidad. El mimo no busca salida; simplemente avanza. Y con él, nosotros.
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