Riot Fest 2025: el viaje noventero en clave rock [CRÓNICA]

Chicago volvió a ser, por tres días, la capital de la nostalgia rockera. Del 19 al 21 de septiembre, el Douglas Park se transformó en una máquina del tiempo que nos llevó directo a los noventa: camisetas de MTV, discursos progresistas y esa chispa creativa que definió lo alternativo. Ahí estábamos, listos para vivir, o imaginar, una época que nuestra generación apenas rozó.

El menú era contundente: rock, punk, indie y pogo a rabiar. ¿La nostalgia vende? Todo indicaba que sí. Cabezas de cartel como Blink-182, Weezer, Green Day y Jack White llegaron para ser los invitados estelares de este festival que, además, cumple 20 años. Sin más preámbulos, sumerjámonos en este rito musical y prendamos esta máquina del tiempo llamada Riot Fest.

El rock show ha comenzado

Llegamos y exploramos el parque. Llegamos y exploramos el parque. Todo remitía a una época de prosperidad para el rock: los noventa. En Perú, aquella década estuvo opacada por el conflicto armado interno y el gobierno de turno, pero en EE.UU., al ser el epicentro del fenómeno cultural del rock alternativo, lo vivieron al máximo y de forma masiva.

Había mucha merchandising de bandas, con una cola que daba la vuelta cuatro veces. Los escenarios se dividieron de manera estratégica para que el audio de uno no interfiriera con otro, y eso estuvo bien planeado. También había secciones que remitían a cuando íbamos con unas monedas a jugar en las maquinitas de los centros comerciales o mercados: la sección arcade fue un éxito, siempre ocupada. Además, una capilla al estilo Las Vegas, tiendas de marcas independientes y juegos mecánicos donde podías ganarte un peluche.

Hora de divertirnos | Foto x @stoptimelive

Pero lo que más llamó la atención fue la relación que tiene el festival con John Stamos, protagonista de la serie Tres por tres. La conexión va tan bien que hasta le hicieron una estatua de mantequilla, donde incluso se realizó un concurso de dobles, en el que participó el propio Stamos.

Volviendo a lo musical, vaya combo para empezar esta edición. Aunque pueda ser considerada hip hop, Maria-Cecilia Simone Kelly, más conocida como Rico Nasty, nos voló los sesos con un discurso bien marcado y para nada desentonado con lo que ofrece el festival: caos y armonía, incluso con ritmos hardcore, hyperpop y rock. Luego llegó Rilo Kiley, una de las bandas indies más representativas de EE.UU., que volvió a los escenarios después de 2014. El Riot Fest fue el lugar idóneo para continuar en la ruta. Con su propuesta entre country, folk y pop, la banda liderada por Jenny Lewis y Blake Sennett dio en el blanco con canciones como Silver Lining y Portions for Foxes.

Rilo Kiley | Foto x @penelopemrtnz

Si queríamos punk rock y pop punk de Chicago, Alkaline Trio hizo sentir su localía y el público lo reconoció. Con casi treinta años de trayectoria, sus letras oscuras y su mezcla punk, emo y rock crean un estilo melancólico pero a la vez enérgico.

Por su parte, el sarcasmo, la diversión y la parodia llegaron con Weird Al. Antes de que las parodias fueran parte de YouTube o las redes sociales, él ya lo hacía: Alfred Matthew Yankovic, más conocido como Weird Al, saltó a la fama en los ochenta con la parodia de Beat It, de Michael Jackson (Eat It). Desde entonces no paró: ya es parte de la cultura pop estadounidense. Ha aparecido en Scooby Doo, Los Simpsons y hasta en My Little Pony. Sus shows intercalan reinterpretaciones de canciones de Coolio, Nirvana o Queen. Por ejemplo, su White & Nerdy, parodia de Ridin’ de Chamillionaire, cuenta la historia de un nerd demasiado “blanco y nerd” para salir con los gangsters.

Weird Al fue el preámbulo perfecto para Blink-182. Ya en el concierto de la banda californiana, nos quedamos anonadados con Travis Barker: qué gran baterista, y cómo conjuga y articula con guitarra y bajo. Ellos son considerados los embajadores más grandes del pop punk en la cultura popular, al llevarlo al mainstream mundial con Enema of the State (1999). Vaya que dicho título se lo ganaron.

Los buenos de Emo Philips y “Weird Al” Yankovic | Foto x @dtkindlerphoto

El concierto en el Riot Fest no paró un segundo: energía al tope, humor adolescente en cuerpos de hombres y hasta bromas con la persona encargada de lenguaje de señas. Ahora entendemos por qué Blink-182 ha calado tanto en dos generaciones de fanáticos del rock en Perú. Para muestra, el chikipunk. La triada DeLonge, Barker y Hoppus mantiene la conexión tras tantos años. La máquina del tiempo siguió andando con clásicos como What’s My Age Again y All the Small Things.

 

Con guitarrazos al planeta azul

El segundo día tuvimos premio doble de headliners. Pero antes, entre los actos más resaltantes, llegó desde Mánchester la banda James. Pusieron a todos a saltar y bailar con sus clásicos, así como con los temas de su más reciente álbum, Yummy (2024). Hubo momentos destacables, pero el más contundente lo marcó Tim Booth, su vocalista, con Heads, tema que resuena en un ambiente polarizado por la política actual. Booth señaló que él también es americano y que no permitiría que un gobierno se convirtiera en una empresa, esto antes de cantar: “Es solo una fiebre de la codicia / No creas en el sueño americano blanco / Dios bendiga la desigualdad / Los pobres votan por los ricos / Para clavar clavos en sus pies”.

El público, al menos desde donde estábamos, recibió el mensaje con ánimo moderado. El cierre, en cambio, fue eufórico: la banda invitó a subir al escenario a parte de la audiencia para cantar Laid. ¿Vale la pena verlos en Lima este noviembre? Sin duda. “Ay, pero ¿otra vez?”, me dirán. Sí, si quieres presenciar a músicos sólidos, experimentados, y a una banda que marcó el inicio de los noventa en Manchester.

En contraste, el turno fue de una agrupación que definió otro momento histórico: The Beach Boys. La lluvia se asomaba y el ambiente se tornó mágico. Solo Dios sabe. La reciente partida de Brian Wilson recordó al mundo lo fundamentales que fueron, incluso para los Beatles. Como si no bastara, John Stamos, sí, otra vez Tres por tres, apareció como músico de apoyo. No es casual: la serie tuvo a los Beach Boys como invitados en el episodio Beach Boy Bingo. Stamos, además, dedicó Forever a su amigo Bob Saget.

El punk siguió con Dropkick Murphys, orgullosos de sus raíces irlandesas. Formados en 1996 en barrios obreros de Boston, fusionan rock con música celta, logrando un sonido inconfundible que el público agradeció. Y para volver a los orígenes, The Damned y Buzzcocks ofrecieron punk en estado puro. No pierden vigencia.

La expectativa mayor, sin embargo, se concentraba en Jack White. En la sala de prensa había unanimidad: había mucha expectativa entre los colegas por verlo en vivo. White ya es  considerado uno de los guitarristas más brillantes de la escena rock estadounidense. Su hora en el escenario nos supo a poco. Necesitamos verlo más, en su máxima expresión. Steady as She Goes y Seven Nation Army fueron inevitables, pero el verdadero impacto fue presenciarlo en plena creatividad. Imposible no imaginarlo junto a Meg White en The White Stripes. Qué afortunados quienes los vieron en su momento.

Tras los guitarrazos, aterrizamos en el planeta azul: Weezer interpretó su Blue Album (1994), además de varios de sus hits. Rivers Cuomo mantiene la voz intacta, con un registro fiel a las grabaciones de estudio. Brian Bell, en guitarras, aporta arreglos en las canciones que vuelven a Buddy Holly, Island in the Sun o Say It Ain’t So temas coreables.

El disfrute del festival como acto de resistencia

El último día nos sorprendió con una fuerte presencia policial alrededor del parque. Había más patrullas y agentes de lo habitual, lo que inevitablemente hizo pensar en las tristemente célebres “redadas” impulsadas por el actual presidente de EE.UU. Ojalá solo fueran suposiciones nuestras.

Dentro, el plan era disfrutar cada minuto del festival como un acto de resistencia. Ver a los asistentes portar camisetas de equipos mexicanos o polos que aludieran a raíces latinas en un evento de esta magnitud, y hacerlo con orgullo, era ya un gesto político.

En cuanto al line up, sobre todo entre este y el del viernes, nos quedamos pensando el por qué colocar a bandas conformadas mayormente por mujeres tan temprano, cuando muchas de ellas ya cuentan con una carrera ya consolidada e inclusive reconocida. Así ocurrió con Shonen Knife (leyendas del rock alternativo, tocando un viernes al mediodía), The Linda Lindas (con giras internacionales y teloneras de grandes bandas, programadas antes de las 3 p.m.) o Lambrini Girls (revelación punk, antes de las 4 p.m.). Además, la falta de paridad en general se notó. Temas que, con 20 ediciones cumplidas, ya no deberían pasarse por alto.

Ya en el Douglas Park, Bad Religion dio en el blanco con un concierto punk al 1000%. Cumplidores. La gente también saltó, hizo el pogo y no paró de inicio a fin. El punk es así: 50 la banda /50 el público. Lo mismo y al cuadrado pasó con IDLES.

La banda británica, con Joe Talbot al frente, demostró por qué es una de las propuestas punk/alternativas más poderosas de la actualidad. Su mensaje político fue contundente: “Los migrantes son los que hacen grande este país” o “¡Viva Palestina!”. Desde nuestra posición, no vimos una reacción particularmente entusiasta del público estadounidense, pero el mensaje quedó en el aire.

El pogo fue inclusivo: también hubo mujeres y personas en silla de ruedas haciendo crowdsurfing. El punk es para todos, no solo para hombres. IDLES lo ha demostrado desde su EP Welcome (2012), pasando por el aclamado Joy as an Act of Resistance (2018), hasta llegar a Tangk (2024).

El regreso a EE.UU. llegó con Jawbreaker, pioneros del sonido emo, influencia directa para el punk rock y pop punk de los 90 y 2000, incluyendo a Foo Fighters, Blink-182 y Green Day. Y era precisamente Green Day quien cerraría el festival, no sin antes dar espacio a Inhaler.

La banda irlandesa, liderada por Elijah Hewson, hijo de Bono Vox, tiene clara la influencia de U2 en su sonido. Para quienes añoran la etapa de Boy o The Joshua Tree del grupo de Vox, Inhaler resulta familiar. Chicago les respondió con entusiasmo, especialmente con público joven. Aunque, en lo personal, sentimos que su horario estelar desentonaba musicalmente con las bandas anteriores y posteriores.

Y entonces, la gran multitud se congregó: la mano con la granada en forma de corazón anunciaba a Green Day. Tras animar al público con Bohemian Rhapsody y Blitzkrieg Bop sonando en los parlantes, Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool salieron a escena con American Idiot. Para los peruanos, ese álbum (2004) es un clásico de los 2000; para los jóvenes estadounidenses, fue un grito de protesta contra Bush y la guerra de Irak.

La energía no decayó: Know Your Enemy, Revolution Radio, Basket Case, She, Wake Me Up When September Ends, Jesus of Suburbia, entre otras, conformaron un setlist que encendió al público. El cierre, con Good Riddance (Time of Your Life), fue inevitable. Y necesario: pese a todo, estamos viviendo el tiempo de nuestras vidas.

Así se apagó esta máquina del tiempo musical noventera, que nos hizo corear, poguear e imaginar cómo habría sido vivir un festival así en pleno auge del rock alternativo. Riot Fest, además, tiene un detalle peculiar: sus shows terminan a las 10 p.m., detalle que se agradece en términos de transporte. Estos tres días nos dieron cuenta que la nostalgia sigue más viva que nunca, teniendo a la música como abanderada y refugio. Siempre habrá motivos para cantar un poco más fuerte.

 

 

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